1ª parte de la trilogía «LA LUZ QUE NO APAGARON»:

Estas imágenes describen el contexto histórico y diferentes facetas de la vida de los antifranquistas acosados en pueblos y ciudades durante cuarenta años. Analiza parte de las consecuencias, traumas y secuelas que dejó la persecución franquista en la vida de los demócratas represaliados, así como su capacidad y firmeza para salir adelante en un entorno hostil, sin más apoyo que el de los colectivos a los que pertenecían, sus familias y su propia determinación.

Los casos de represión que se relatan, son espeluznantes. Y no eran casos aislados. La repetición de estos relatos en lugares tan alejados entre sí, refleja su carácter genocida. No se trataba de comportamientos casuales por diferencias entre vecinos, como tantas veces se viene a decir. Aunque esto ocurriese en ocasiones, la rotación de los ejecutores por diferentes pueblos de aquel donde vivían, señala el carácter organizado, frío y cualificado de las masacres. La secuela de daños psicológicos ante el miedo a la muerte entre la población perseguida, amenazada o victimizada por las fuerzas del franquismo, nunca se ha estudiado en España de forma oficial y, si se ha hecho, no conocemos los informes. Sus efectos, como cualquier otro caso de estrés postraumático, permanecen en las víctimas y se transmiten a las siguientes generaciones, sin que en la mayoría de las veces los afectados hayan sido conscientes del origen de posibles transtornos emocionales o de conducta. Y algo similar cabría decir de estos mismos efectos a nivel colectivo. No es razonable suponer que una sociedad sometida durante cuarenta años a una dictadura que practicó tanta violencia, haya salido indemne de ella, así como de los efectos derivados: el miedo, el silencio, la desconfianza, la permisividad con el poder, la falta de práctica democrática, etc., y, como resultado de todo ello el desinterés por la defensa de los derechos y libertades, la falta de crítica, el individualismo, etc…